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África en la frontera occidental

Ferran Iniesta y Albert Roca, eds.
África en la frontera occidental

Casa de África, 11 
Madrid, 2001
240 págs.
ISBN: 84-95498-38-3

El día en que África se encontró con Europa se rompieron las certezas, se tambalearon las tradiciones inmemoriales de ambas partes e inició su andadura la hegemonía de Occidente. África en la frontera occidental es un ensayo indispensable en su género, vigoroso y brillante, que evoca los primeros contactos entre europeos y africanos. No encontramos en sus páginas una mera descripción de la confrontación entre dos universos hasta entonces independientes, sino una excelente prosa que desentraña con exhaustividad los hechos y los móviles, las estrategias y las concepciones de vida, las líneas de comportamiento de unos y otros. El descubrimiento, las costumbres ancestrales, los avances en la navegación y en la guerra, los enfrentamientos militares –con guerreros como Almeida y Albuquerque–, el encuentro con el islam negroafricano, el comercio en el Índico, el crecimiento y la reordenación de pueblos y territorios entre 1444 y 1650, la trata de esclavos y el papel social de la mujer son algunos de los temas fundamentales, abordados por áreas y mediante un enorme esfuerzo de documentación.

En el volumen asistimos al asombro primero de los conquistadores occidentales, a sus asentamientos y guerras y, finalmente, a la sustitución de éstas por el triunfo de la diplomacia y la colaboración. Pero, en un esfuerzo epistemológico sin precedentes y pese a que la mayor parte de las fuentes existentes son europeas, este ensayo trata de ofrecer, además, el mundo africano desde su propia problemática y perspectiva. De esta manera, contemplamos también el asombro africano ante la procedencia marina de los occidentales –catalogados como poderosos y peligrosos–, su rara palidez, sus embarcaciones, sus tronantes armas y sus productos exóticos, así como el enorme esfuerzo llevado a cabo para adaptar las viejas tradiciones a esta nueva presencia.

Los autores de África en la frontera occidental pertenecen al equipo de trabajo precolonial del Centre d'Estudis Africans y son historiadores y antropólogos formados en su día en la Universidad de Barcelona.

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"Fue la voluntad de apropiación de riquezas supuestas y reales la que aportó capitales germánicos e italianos a Lisboa y, más tarde, a Sevilla, sin que pongamos en duda el fervor religioso de los promotores de dichas empresas. En este sentido el proyecto colombino, aunque específicamente italiano por concepción, participaba del mismo objetivo occidental: alcanzar bienes ajenos (Todorov, 1983). Cabe aquí tomar distancias respecto a los estudios lusos sobre el descubrimiento americano, teñidos de un fuerte nacionalismo (Cortesão, 1940; Peres, 1983), al situar la acción de Colón entre la impericia náutica y la imitación de precursores maderienses. El genovés buscaba sedas y especias, como sus anfitriones portugueses, pero no desde la misma tradición.

El gigantismo de la empresa era tal que tardaría cuatrocientos años en alcanzar los medios militares y logísticos indispensables. Salvo en América, los europeos tuvieron que conformarse durante siglos con ocupar algunos enclaves, casi siempre pactados con los autóctonos, antes de pasar a la conquista territorial y la transformación de Afroasia en una vasta cantera de excedentes. Como indica Roca, el uso de la fuerza armada fue siempre el recurso último, cuando las posibilidades de un control económico eran débiles por la animosidad musulmana o el rechazo local al contacto. La expresión portuguesa «comercio es amor» iba acompañada de potente exhibición artillera contra los renuentes de la swahili Kilwa o la malabar Calicut.

Este proceso fronterizo desarrolló la visión que sobre el negro se tenía en tiempos medievales (Dévisse, 1984; Medeiros, 1985), añadiéndole negatividad y pasando de la maldición a la descendencia de Cam hasta los ámbitos de la bestialidad (Mannix-Cowley, 1968). En los siglos XVII y XVIII, numerosas autoridades religiosas cristianas llegaron a negar humanidad al negro, asimilado a una mera fuerza bruta o animal doméstico. La situación secular de hegemonía llevó a los occidentales a una conciencia justificadora, atribuyendo a las víctimas la causa intrínseca de sus males. Para completar el cuadro, las descripciones humanitarias de los Barbot, Flacourt o Dapper ayudarían a pensar que los comportamientos despóticos observados en sociedades negreras de la costa eran consustanciales a los pueblos africanos, una tara original ante la cual la trata de esclavos perdía gravedad (Lovejoy, 1983).

La animalización o cosificación del negro convivió, y convive, con una tendencia igualitarista que universalizaba el humanismo occidental. La imposición de la igualdad individual como principio ineludible en el progreso sociopolítico ha sido tan brutal como la instauración de la optimización productiva despersonalizada en tanto que condición sine qua non del progreso socioeconómico. Y decimos brutal porque brutales han sido sus efectos en numerosas sociedades de África y de otros rincones del globo. Las descripciones humanitarias antes mencionadas sintonizaron con una sensibilización humanista creciente en las sociedades europeas a finales del siglo XVIII. Abolicionistas y misioneros constituyeron el contingente ético del esfuerzo civilizador que se quiso la cara de la «dolorosa pero necesaria» cruz que representaba la explotación capitalista generalizada. No en vano abolicionistas y misioneros acompañaron (y en ocasiones se confudieron con) a exploradores, tratantes, diplomáticos y otros prospectores coloniales de mejor o peor ralea.
Y, no nos engañemos, dichos abolicionistas y misioneros están en la raigambre que ha generado sin solución de continuidad figuras como la del filántropo, el cooperante –oficial o no gubernamental–, el tercermundista o, incluso, el científico social comprometido.

África dispuso de un largo período clásico en el cual las sociedades se expandieron demográfica y organizativamente, desplegándose en pensamiento y arte. Clasicismo nunca fue equilibrio ni ausencia de tensiones internas, sino vitalidad y pujanza en una sociedad cuyas transformaciones establecen predominantemente su eje impulsor desde sus propias coordenadas. Por ello cualquier clasicismo es frágil y fugaz en tanto que proyección histórica concreta, pero puede ser persistente, sin permanecer estático, como construcción mental. África sepultó su Gran Período Clásico bajo la presión europea, con la miopía de unas elites dirigentes movidas por ventajas inmediatas y, por qué negarlo, con la complicidad de importantes sectores sociales que ora consideraron un bien el incorporarse a la dinámica negrera ora fueron incapaces de articular un movimiento alternativo mínimamente coherente.  [Extracto del prólogo]
 
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